Mentalidad y resultados en la I+D+I

Dudo si el hecho de meter la investigación, el desarrollo y la innovación en un mismo saco no está haciendo más mal que bien. No es por un problema semántico, sino porque los conceptos son distintos y por ende las apuestas, la disposición, los recursos y las expectativas dirigidas para cada uno de los tres conceptos también.

Lo que se dice Investigación, bien sea básica u orientada hacemos poco. Innovación, entendida como productos/servicios, formas de hacer negocio o procesos realmente novedosos y diferenciales cuyos destinatarios estén dispuestos a pagar por ello, hay que admitir que poco también. Desarrollo se hace mucho y en general bien, aunque fundamentalmente orientado al corto plazo y para mejorar lo que ya hemos estado haciendo. Hablar de desarrollos a largo ya no suele ser tan habitual.

 Se suele decir que uno recoge lo que siembra, pero al mismo tiempo la naturaleza humana enseña que las personas, y por ende las organizaciones, tienen grandes dificultades a la hora de mantener apuestas y hábitos para resultados que vendrán a medio /largo plazo, y más si esos resultados son inciertos. Sea en el ámbito privado o en el público, en el contexto de la investigación y la innovación hay mucho de eso.

¿Por qué? No nos engañemos, la investigación y la innovación es ingrata. Requiere de más convicción que certeza, y esto implica explorar nuevas opciones con las implicaciones y consecuencias de que muchas de ellas fracasen.

Cuando una cierta problemática alcanza un cierto nivel de complejidad, y los ámbitos de investigación e innovación lo tienen, la heurística dice que la permanente prueba y error es un mejor enfoque que cualquier teoría.

A lo largo de la historia obtener resultados diferenciales en cualquier campo nunca fue fácil, pero ciertos indicadores hacen pensar que aportar algo valioso sobre lo existente en investigación e innovación a día de hoy quizás puede que no sea más difícil que antes, pero si distinto. Por ejemplo, estudios afirman que si comparamos una patente de los años 70 con las de ahora el número de personas involucradas en la creación de la misma así como la edad media en la que las personas logran dichas patentes ha ido creciendo casi en un par de decenas de años..

Por otra, el número de personas que dedican parte o jornada parcial a tareas que se encajan en el saco del concepto de I+D+I  ha crecido sobremanera. Por el contrario, la eficiencia, productividad y la innovación, si bien ha tenido cierta correlación positiva, ha crecido en proporciones muy inferiores. Basta ver los indicadores de las patentes o publicaciones generadas por cada investigador o euro invertido y compararlos con datos históricos.

Los/as investigadores/as requieren de mayor tiempo para adquirir sus doctorados o ser especialistas en una disciplina, que no deja de ser el conocimiento base que cualquier persona necesita para posteriormente generar investigación de calidad. A ello hay que añadir que a la hora de abordar problemáticas complejas es fundamental incorporar expertos/as provenientes de distintos campos de especialización.

Por una parte se requiere especialización, por otra de la confluencia de diversos campos de estudio para poder generar algo realmente valioso.

Otro tema es si no es conveniente ir cambiando la medición de la investigación e innovación,  especialmente de la primera, y relativizar la enorme importancia que se da a las patentes y publicaciones como único resultado.

Habría que preguntarse si son esos dos indicadores los que de verdad necesitamos para el tipo de innovación que requiere nuestra sociedad. Los registros de patentes están engrosando desarrollos que en sí mismos no suponen ningún avance significativo, y no pocas veces funcionan como barreras para desarrollos posteriores. Por otra, las revistas académicas cada vez incorporan un mayor número de trabajos cuyo único propósito es la publicación en sí misma, presentando obviedades de forma pomposa y sin aportar nada valioso.

Apenas hacemos investigación, mucho desarrollo a corto y mejoras incrementales en vez de innovaciones. Es fundamental convencernos de que gran parte del dinero destinado a la I+D +I acabará en fracaso, pero también entender que es un precio que es conveniente asumir. Los fondos de inversión saben que de 100 inversiones 80 fracasarán pero que las 20 restantes no sólo cubrirán el coste de los 80 fracasos sino que generarán beneficios y rentabilidad al fondo, no parece un mal enfoque para aplicarlo al ámbito que nos ocupa.

Orientación y propósito, rigor y asunción del fracaso como parte de la dinámica.

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