Europa: luces y sombras en economía.

En un mundo cada vez más interconectado, las limitaciones de los estados nación para hacer frente a las necesidades y problemas de carácter económico es cada vez más patente. Las fronteras hace tiempo que están perdiendo su sentido, de ahí que resulte razonable apostar por reforzar las iniciativas desde una perspectiva global y ceder competencias a entidades supranacionales.

Sin embargo, nunca está de más hacer balance de los pros y contras que supone, en nuestro caso, formar parte de la unión europea. En lo que respecta al ámbito económico, un estado nación tiene fundamentalmente cuatro herramientas para tratar de dinamizar la economía. 1) La capacidad de modificar el precio del dinero (tipos de interés), 2) la política fiscal (impuestos directos e indirectos), 3) el gasto público (bajo la perspectiva de multiplicador económico), y 4) el tipo de cambio (relación entre la moneda propia y otra extranjera). Formar parte de la UE supuso renunciar a la primera y a la cuarta en pos de una política global común, y lo cierto es que visto lo visto, no es que nos haya beneficiado a la hora enfocar una salida más rápida a la crisis, y si me apuran de dinamizar la economía.

En cuanto al tipo de cambio, los beneficios de una moneda común fuerte son claves para las exportaciones, pero es justo reconocer que ésta requiere de una unión política, económica y fiscal de la que la actual Europa carece. Visto lo visto, quizás se exageraron las bondades de compartir el euro. Tenían el elemento positivo de que los países de la unión realizan aproximadamente el 60% de su comercio entre ellos, hizo que inversores pusieran su dinero en países de la zona que sin la moneda única quizás no lo harían, y redujo el coste del dinero prestado a los países del sur de Europa (entre ellos España). Pero la dispersión de políticas fiscales de los países miembro, sus arquitecturas sociales y económicas y la escasa movilidad laboral debido a diferencias culturales siguen siendo escollos que se mantendrán en el tiempo.

Uno de los acuerdos “estrella” adoptados corresponde al pacto de estabilidad, donde se establece que ningún estado miembro debe superar un 3% de déficit (diferencia entre ingresos y gastos) ni una deuda pública superior al 60% del PIB. Por cierto, un pacto que varios países (entre ellos Alemania y Francia se han saltado a la torera. Sin embargo, el control de déficit (junto con la inflación) es el santo y seña de la política de la unión.

Es evidente que no controlar el déficit dispara los costos del endeudamiento, pero intentar mantenerla a sangre y fuego en contextos de desempleo elevado, sobre todo si es a costa de medidas de austeridad fiscal y recortes de gasto público que reducen prestaciones, pueden no tener tanto sentido como se ha asegurado. Hay que ser realista y reconocer que existen al menos dos Europas que van a velocidades distintas, y la política económica de la unión ni ha estado dirigida ni ha hecho ningún favor “al pelotón de los torpes.”

Premios nóveles de economía como Paul Krugman o Joseph Stiglitz aducen a que la obsesión por el déficit de Europa es desproporcionada e injustificada. Afirman que es más deseable incrementar el endeudamiento que establecer medidas de austeridad, siempre y cuando se haga más lentamente que la inflación y el crecimiento económico.

La reforma exprés del artículo 135 de la constitución española que se hizo en el año 2011 es un mensaje inequívoco. Preocuparse tanto por el déficit se ha demostrado que reduce la cantidad y calidad de las propuestas de estímulo económico. Se toman medidas de recortes de gastos, resultando en una contracción mayor de la economía en vez de incentivarla.

Si a esto se le suma una política monetaria obsesionada con la inflación que es capaz de elevar los tipos de interés aun con ratios de desempleo, demostramos que estamos más pendientes de quien presta dinero que de quien lo pide para comprarse una casa o realizar inversiones que generen más riqueza. ¿En qué medida el estado Español hubiera optado por una política distinta? Corramos un tupido velo.

Desde otro plano, Europa es más necesaria que nunca. En un mundo en el que la política de tributación de los Amazon, Apple o Google puede hacer temblar las balanzas fiscales de países enteros, la defensa de los derechos de las personas, el rol de regulación de mercados, preservar    una competencia que beneficie al consumidor, la lucha contra el cambio climático y la contaminación, la seguridad y ética de la economía digital, el control del sistema financiero, etc. Son temas que es fundamental abordar, como mínimo, a nivel Europeo.

La economía, el empleo y la vida de las personas en general es y será transnacional. Sin leyes y acuerdos sólidos que abarquen este alcance, legislar mirándonos al ombligo cada vez tendrá menos sentido. Será como poner barreras al mar. Y hay que legislar por el bien de todos/as, por ello es tan necesaria Europa.

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