¿Cómo emergen la iniciativa, el talento y la creatividad?
No hay más que echar un vistazo a las ofertas laborales. Todas las empresas quieren personas talentosas, creativas, y con alto nivel de iniciativa. Y jóvenes, y con experiencia, y con idiomas, y con muchos títulos, etc. Pedir es fácil, encontrar unicornios ya no tanto.
De las tres palabras del título, lo cierto es que es prácticamente imposible desarrollar la creatividad y el talento sin iniciativa. Desafortunadamente, somos muy dados al simplismo y a la banalización cuando hablamos de estas cuestiones, teniendo en cuenta que la realidad es mucho más compleja que decir que una persona tiene o no tiene iniciativa y concluir que la primera vale y la segunda no.
No nos vamos a engañar. Hay personas paradas, sin inquietudes, con poco fuste, y que a decir verdad poco se puede esperar de ellas. Pero no es menos cierto que todo individuo tiene capacidades y potencial creativo, aunque en algunos casos, y al poner nombre y apellidos al mismo, no lo veamos del todo claro.
Lo que no tiene mucho sentido es el simplismo de calificar a las personas como válidas o no válidas, cuando quienes están en los extremos (las muy brillantes o muy incompetentes / apáticas), solo son un porcentaje pequeño del total. La mayoría estamos en el centro, con oscilaciones hacia la brillantez o la mediocridad en función de distintos factores. Y ahí está una de las claves por las que es tan relevante el estilo y forma de gestionar las organizaciones. Corrijo, a las personas.
La cuestión es que existen ciertos departamentos, empresas, y/o organizaciones, y por tanto estilos y formas de gestionar que, por decirlo de manera educada, no ayudan/facilitan que las personas tengan más iniciativa y desarrollen su talento y capacidad creativa.
Al hablar de la iniciativa de las personas y los distintos comportamientos que estas desarrollan al respecto, habitualmente se suelen identificar cuatro niveles.
El primero, para qué vamos a negar lo obvio, es la ausencia de iniciativa. Este perfil corresponde a las personas que esperan a que alguien les diga lo que tienen que hacer. Si no hay orden, “quietas paradas”. El siguiente nivel en la escala corresponde a aquellas personas que pregunta lo que hay que hacer. Una vez se le dan las instrucciones pertinentes, estas las ejecutan. El tercero corresponde a quien sugiere lo que hay que hacer pero espera la aprobación por parte de su responsable jerárquico. El cuarto, que corresponde al grado real de iniciativa que permite desarrollar el talento y la capacidad creativa, es de quien hace, recomienda hacer y luego reporta.
Si entendemos el talento como aquella inteligencia que es capaz de resolver problemas y desarrollar soluciones reales y prácticas, es fácil deducir que únicamente es posible desarrollarla en los grados tercero y cuarto.
Es justo reconocer que pasar al cuarto nivel sin consolidar el tercero puede ser peligroso (no hay peor cosa que una persona incompetente con alto grado de iniciativa), pero también que los estilos de liderazgo de ordeno y mando son el caldo de cultivo perfecto para matar el potencial de las personas.
Dicho de otra forma, hay estilos de dirección y formas organizativas que hacen reducir directamente los niveles de iniciativa, creatividad, y en suma el desarrollo del talento en las personas.
Por eso la clave del éxito está más en establecer formas de organización para que las personas interactúen de una forma constructiva, sintiéndose libres para hablar abiertamente, y aportar visiones distintas de lo que muchos entornos laborales ahora permiten. Sin ese contexto, hasta personas brillantes terminan logrando objetivos mediocres.
Personas y equipos coartados, sin autonomía, da igual que tengan la mejor idea, fracasarán. Por el contrario, si das una mala idea a un equipo que esté enchufado y tenga conocimientos, autonomía, y un mínimo de recursos, la replantearán, y si la desechan, generarán otra mejor.
Por eso el camino para desarrollar la creatividad de las personas trata de reducir el control, no aumentarlo, y aceptar el riesgo. Eso sí, con método y disciplina. Cuando se trata de creatividad, ni los títulos ni las definiciones de puestos valen para mucho. La clave es dar libertad a personas capacitadas con alto grado de motivación, lo demás sale solo.
El deseo de hacer algo porque uno/a lo encuentra retador y satisfactorio inspira los mayores niveles de creatividad, y eso rara vez ocurre cuando existe otra persona monitorizando el qué, el cómo y el cuándo permanentemente.
Hacer algo que nos importe, hacerlo bien, y por una causa que trascienda a uno mismo. Ahí está el secreto de las personas con iniciativa, talento y creativas. Si por el contrario, nuestra forma de gestión está orientada en dirigir recompensas para motivar a las personas tengamos claro que las motivaremos únicamente para eso, para recibir recompensas. Autonomía + expertise + propósito por parte de equipos comprometidos.
De empresas individualistas donde cada uno/a hace la guerra por su cuenta ya hablaremos otro día.