Capitalismo de vigilancia.

Google sabe dónde estamos, lo que nos gusta, lo que pensamos. Lo rápido o lento que conducimos y qué sitios frecuentamos. Facebook conoce nuestras aficiones y nuestros amigos/as. Lo rápido o lento que tecleamos. Pueden predecir fácilmente nuestra orientación política, estado emocional, orientación sexual. El análisis de lo que hacemos a través de nuestros clicks en la red puede decir más de una persona que lo que ella misma es capaz de comunicar con palabras. Facebook, propietaria de las fotos colgadas en su plataforma, analiza las señales predictivas que tienen nuestras caras a través de procesadores de reconocimiento facial. Android, el sistema operativo desarrollado por Google se encuentra en el 90% de los teléfonos del planeta. La Tv inteligente de casa, Alexa, Amazon echo, Google Next, la consola de videojuegos, el teléfono, etc. Están registrando datos de forma continuada. Curiosamente, conversas con alguna persona en relación a algún producto o tema, o consultas algo que te han comentado que resulta interesante y/o despierta tu interés, y de repente te aparece un anuncio relacionado. Qué casualidad, ¿Verdad?

El capitalismo de la vigilancia (Surveillance capitalism) es un concepto acuñado por Shoshana Zuboff, psicóloga social y filósofa de Harvard. En su trabajo expone los dudosos y denunciables mecanismos de la economía digital, alertándonos del robo indiscriminado de datos que realizan distintas empresas tecnológicas para luego monetizarlos a través de la venta a terceros. Detrás están un conjunto de acciones perfectamente planificadas -e indetectables- orientadas a que todo lo que hacemos en la red pueda ser rastreado, analizado y posteriormente monetizado por empresas ofertantes de distintos productos, así como por grupos de intereses diversos.

Es cierto que estas empresas almacenan esos datos para mejorar sus servicios, pero gran parte de ellos están siendo dirigidos para entrenar modelos y patrones de comportamiento humano. En este sentido, se estima que hace aproximadamente una década empresas como Facebook o Google comprendieron que podían obtener más beneficios espiándonos antes que sirviéndonos. Y en un entorno legislativo -el actual- aun apenas o nada adaptado a la realidad digital, otras empresas se están uniendo a la fiesta. Entretanto, el avance tecnológico no para. Con la capacidad de procesar ingentes cantidades de datos de millones de personas, la incorporación de modelos de inteligencia artificial está dando pie a predecir las preferencias de grupos de personas específicas. Preferencias que son especialmente valiosas para empresas e instituciones.

¿A qué estamos dando consentimiento cuando aceptamos hacer uso de los servicios de estas plataformas? Según dos investigadores juristas de la universidad de Londres que analizaron la política de privacidad que figura en los términos de aceptación de las cuatro tecnológicas más importantes, descubrieron que ninguna compañía es responsable de lo que éstas hagan con nuestros datos una vez vendidos a terceros. A esto hay que añadir que los Google, Facebook, Twitter y demás plataformas, al ser interpeladas en relación a este asunto, se niegan rotundamente a dar explicaciones sobre el uso que dan a esos datos, limitándose a decir que los utilizan para mejorar sus servicios.

Facebook afirma que son los campeones de la libre expresión, mientras que lo que de verdad ofrece es la libertad a cualquier anunciante o empresa / institución interesada en llegar a cualquier persona inscrita en su plataforma, poniendo a su disposición distintas herramientas que permiten influenciar y/o manipular al usuario objetivo.

Pagamos con nuestra privacidad, seamos conscientes de ello. Las empresas tecnológicas están generando ingresos a través de la explotación de los datos. Es por ello que no hay que extrañarse de que la deriva de industrias como la de la automoción, que incorpora más y más tecnología a sus vehículos, termine siendo un negocio en el que los ingresos vengan de vender la información que dichos vehículos captan de los usuarios. En este sentido, no es casual el interés de Google para estar conectado a nuestros vehículos o su determinante entrada en el concepto de Smart Cities, espacios perfectos para poder captar información.

¿La solución? Al menos, dos vías: La primera, comenzar a regular lo que estas empresas pueden y no pueden hacer. Nos encontramos ante un problema colectivo que requiere acción colectiva. La aportación que internet y las redes sociales ha realizado a nuestras vidas resulta incalculable. Sin embargo, esto no tiene por qué llevar aparejada la venta y mercantilización de la privacidad de las personas. Y ojo, porque la opción tampoco puede ser la de tener que renunciar a esta tecnología, sino la necesidad de legislar a nivel internacional. Existen leyes de protección de datos, Leyes antitrust y anti monopolio que requerirá aplicar en tiempo y forma debida para evitar el desmesurado poder de estos gigantes tecnológicos. Ser conscientes y activar mecanismos para evitar las consecuencias del gran poder de influencia y presión a gobiernos que realizan estas organizaciones, conscientes de que si les cortan las alas reducirán sus pingues beneficios. Porque con la actual legislación, es evidente que no es suficiente.

En segundo lugar, dejar de consumir productos de aquellas empresas que hacen una utilización indebida de los datos, porque hay opciones más respetuosas con la privacidad. Pasar de Facebook a MeWe, utilizar Duckduckgo y/o Brave en vez de Google, pasar de Youtube a vimeo, de utilizar Google maps a Openstreetmap, de Android a IOS, etc. Y ser conscientes de que, si queremos mantener nuestra privacidad, requerirá en otros casos pagar por ciertos servicios que ahora pagamos con nuestra privacidad. Ya no es una cuestión de que no tengamos nada que ocultar, es una cuestión de que la privacidad es un elemento fundamental que tenemos como individuos. Porque no todo puede ser mercantilizable.

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