Proteccionismos, muros y demás ideas “felices”.

El razonamiento no es nada del otro jueves. Los costes de las personas que trabajan en países en vías de desarrollo son muy inferiores a los nuestros, ergo pueden fabricar un montón de productos a un precio mucho menor. Por lo tanto, es lógico prohibir o hinchar a aranceles a esos productos para encarecerlos artificialmente y así proteger empresas y empleos en origen.

El enfoque con respecto a la inmigración a la hora de construir muros físicos o ficticios tiene una lógica similar aderezada de tintes racistas y xenófobos a partes iguales. A veces no está de más preguntarnos qué sería de nuestra economía sin las exportaciones,  o en cuanto a la emigración pensar si cualquier familiar o conocido que emigró antaño o lo va a hacer ahora lo hizo con la convicción de aprovecharse y vivir bien a costa de los demás.

Al parecer, la tendencia de culpar a terceros de nuestra incapacidad y de generalizar la conducta de algunos/as “cara duras” como patrón de comportamiento general de colectivos amplísimos está en el adn de todos/as nosotros/as. Sea el comercio internacional o la circulación de personas a lo ancho del planeta, si tienen algo en común es que son problemas complejos. Mejor desconfiar de quien proponga soluciones simples a este tipo de problemas, ya que normalmente o no sabe de lo que habla o miente a sabiendas.

Reza la frase de Ruiz de Santayana que quien no conoce la historia está condenado a repetirla. Vistos los acontecimientos, el panorama no es muy halagüeño que digamos.

En lo que corresponde al crecimiento económico, aquellos países o regiones que han desarrollado estrechos lazos comerciales y se han abierto al resto del mundo han creado riqueza y desarrollo, eso sí, sometiéndose a un cambio y renovación constante. Comparen el nivel de bienestar y calidad de vida del ciudadano/a medio Corea del Norte con el de Corea del Sur, o el de Austria con el de Hungría. A modo de ejemplo, se estima que la Ronda Uruguay de negociaciones comerciales de 1994 que redujo los aranceles en todo el mundo aumentó la renta mundial en cien mil millones de dólares, y se calcula que si se redujeran a un tercio los aranceles de productos agrarios e industriales esa cifra se multiplicaría por seis.

No es que las barreras comerciales y/o medidas proteccionistas nunca hayan tenido o tengan sentido, enfocarlas como medida transitoria para permitir que un país/estado desarrolle ciertas capacidades y competencias clave en determinados ámbitos puede ser una pauta adecuada. Sin embargo,  la historia demuestra que desde un punto de vista de interés general, y a medio/largo plazo, el proteccionismo perjudica tanto a quien lo sufre como al que lo impone. Al final, pretender vender productos fuera, que nuestras empresas tengan más pedidos, y al mismo tiempo grabar y entorpecer a los que vienen de otros países es como hacernos trampas al solitario.

El quid de la cuestión está en cuál es la estrategia de desarrollo que utilicemos, ya que las lógicas proteccionistas parten de al menos dos supuestos como poco discutibles.

El primero es el empecinamiento en fabricar determinados productos o servicios si en otro lugar del mundo se pueden producir de manera mucho más eficiente y/o claramente mejor. Si pensamos que el futuro vendrá de pensar que podemos hacer algo más barato que China, Bangladesh o Vietnam, es una mera cuestión de tiempo que nos bajemos del burro. O nos bajen, que es peor.

Esto no quita que sea necesario contar con legislación internacional efectiva para que las cosas no salgan de madre, ejemplo de ello son las regulaciones antidumping. Entendemos por dumping la venta de ciertos productos por debajo del precio de coste. ¿Pero dónde ponemos el listón para diferenciar lo que es un dumping de lo que es una mejor competitividad? Las barreras comerciales, a largo plazo y desde un punto de vista global, acaban provocando más daños que beneficios y perjudican a los consumidores favoreciendo a empresas y creando pequeños reductos de actividad artificiales a veces haciendo trampa, otras veces subvencionados con dinero de todos/as. Ahora bien, lo que tampoco se puede hacer es exigir el libre comercio puro y duro sin que los países estén preparados para abrirse, de ahí que las soluciones simples no sirvan.

El segundo supuesto es pretender ser soberanos en el ámbito económico y orientar esfuerzos para producir de todo en un país. En primer lugar es poco factible (no se cuenta con las capacidades necesarias para ello), y en segundo lugar es profundamente antieconómico (el costo de muchos de los productos se dispararían sin remedio).

La clave está en generar actividad económica en aquellas áreas en las que tenemos capacidades y competencias, o a lo sumo en aquello donde somos menos malos. Nuestro futuro vendrá de pensar que es lo que mejor sabemos hacer, y desarrollarnos a partir de ahí. Por ello es tan fundamental la formación continua, desarrollar nuevas capacidades, competencias y habilidades, e innovar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *