Neoliberalismo.

Visto lo visto, la sociedad actual cada vez se caracteriza en mayor medida por valorar a personas y reflexiones que plantean soluciones simplistas a problemas complejos y, casi indistintamente al tema que concierna en el momento, por empujarnos a posicionarnos en un bando o en el contrario.

Uno de estos ámbitos es el económico, donde la utilización de términos o palabras cliché / tópicos en conversaciones de “barra de bar” es moneda común. Entre tantos, uno es el de neoliberalismo.

Grosso modo, se utiliza la palabra neoliberalismo como un término peyorativo que lleva implícita la maldad y consecuencias negativas producidas por la falta de control de los mercados, responsable de las desigualdades que azotan el mundo y principal slogan de partidos y movimientos antiliberales.

Lo paradójico es que si en algo coinciden las políticas neoliberales es por generar un nivel de rechazo equivalente no solo en el bando socialista, también en el liberal. Si, en los dos.

El socialismo parte de la premisa de que es la sociedad quien debe controlar tanto el devenir de la economía como los medios de producción, incidiendo en la planificación y organización colectiva. Por norma general, las experiencias a lo largo de la historia así como en la actualidad han atribuido esta responsabilidad de planificación y control a los estados bajo criterios de planificación centralizada. No obstante, es conveniente matizar que existen concepciones socialistas de formas de organización con distintos niveles de descentralización.

Por el contrario, el liberalismo se plantea sobre la base de que la decisión de qué y cómo producir desde una planificación centralizada es mucho peor que dar a los consumidores la libertad de decidir el producto / servicio que desean, y dar a los/as ofertantes libertad para configurar actividades económicas que satisfagan y/o creen necesidades de y en la población.

En referencia al concepto que nos ocupa, la palabra neoliberalismo se le atribuye al alemán Alexandre Rustow, curiosamente como una propuesta intermedia entre el liberalismo clásico y el socialismo, intentando plantear un contrapunto a la carencia de “alma” de las concepciones liberales y los desastres derivados de la planificación económica centralizada.

Entre las distintas iniciativas que planteaba la concepción neoliberal estaban, entre otras, la necesidad de asegurar las prestaciones sociales a la ciudadanía, iniciativas para reducir la desigualdad o la educación pública y centralizada.

Decía Keynes que las personas que se hacen llamar prácticas y creen estar libres de toda influencia teórica suelen ser esclavos de algún economista difunto. A ello se podría añadir que a menudo utilizamos palabras comodín como si escucháramos campanas pero sin saber dónde.

Es curioso ver en qué medida las concepciones liberales y socialistas se echan la culpa unas a  otras, atribuyendo al otro bando la responsabilidad de la desigualdad y de las crisis económicas. A modo de ejemplo, desde el bando socialista se alude a que la crisis que nace en el 2008 no es más que la consecuencia de no poner límites a la especulación financiera.

Desde la ideología liberal, se aduce a que las razones de la crisis no se encuentran en el libre mercado, sino en los privilegios que los estados otorgan a los bancos privados, en la manipulación del crédito que generan los bancos centrales y sus rescates de entidades financieras, o en las redes clientelares y corrupción que contribuye a generar la intervención del estado y el rol de control y prestación de servicios desde un enfoque público y centralizado.

¿No tiene cada enfoque su parte de razón? Al final, la realidad no resulta ser ni blanca ni negra, sino de una escala de grises. Sin embargo, valoramos sobremanera pertenecer a un bando o a otro, lo que contribuye a encasillarnos y a tener una concepción encasillada del mundo, que poco ayuda a enfocar la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos.

Posicionarnos claramente en un bando no es más que la muestra de que tenemos una historia coherente en nuestra cabeza, no que esa historia sea verdadera. Hay que hilar más fino que todo eso.

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