Las trampas de la ideología económica.
A la hora de abordar problemáticas como el empleo, el bienestar o la calidad de vida, pensar que las habituales respuestas derivadas de ideologías de izquierda o derecha aporten una mejor solución con respecto a otra se está demostrando cada vez más simplista e insuficiente.
Hay muchas formas de tratar de hacer frente a los problemas económicos y sociales, y es evidente que algunas son mejores que otras, pero el análisis de la historia nos enseña que el éxito de una política o iniciativa depende en gran medida de elementos contextuales, coyunturales y estructurales de las zonas donde estas medidas se apliquen.
La lógica capitalista se basa en que el mercado ordena los incentivos de manera que los individuos / organizaciones que buscan su propio interés actúan de contrapeso unos con respecto a otros, mejorando el nivel de vida general. General sí, pero no de toda la población.
Al analizar las consecuencias de políticas neoliberales de gobiernos originarios como los de Reagan y Thatcher, y su obsesión por eliminar la intervención de los estados y/o de mecanismos reguladores en la economía, vemos que la panacea del laissez faire ha derivado en primer lugar en un aumento de la desigualdad de la población a nivel global, y en segundo ha permitido que unos pocos obtengan pingues beneficios para que, una vez llegadas las vacas flacas, socialicen las pérdidas acudiendo al papá estado que tanto repudiaban.
En el otro lado, los desastres que han supuesto y suponen las iniciativas de centralización de la economía por parte del estado están a la vista. Tanto el capitalismo como el comunismo racionan los productos. Aquí en función del sistema de precios, de la capacidad adquisitiva y de si la gente está dispuesta a pagar por ellos, en Venezuela y en Cuba montando colas.
Subir impuestos a las empresas y autónomos puede desincentivar la realización de inversiones productivas o animarlas a optar por la economía sumergida, por el contrario, no incorporar tasas elevadas de impuestos puede resultar en una sociedad en la que si no tienes dinero puedes perecer delante de la puerta de un hospital que no te acepta sin un seguro médico privado.
Si atendemos al capitalismo chino de las últimas décadas, el libre mercado también genera resultados llamativos. En cifras objetivas, no ha habido un fenómeno equiparable en la historia que haya conseguido sacar a tal número de personas de la pobreza en tan poco tiempo.
En el otro lado ideológico, aún persisten las reminiscencias Marxistas que en esencia viven pensando que los empresarios y ricos se han convertido en tales robando al resto. Si bien hay casos en los que efectivamente ha sido así, la economía del siglo XXI se parece más a personas que generan riqueza en primer lugar asumiendo riesgos, y en segundo creando soluciones atractivas que otros estén dispuestos a pagar por adquirir o disfrutar de ellas.
En los programas de izquierda, donde acertadamente se hace especial hincapié en la necesidad de fomentar las políticas sociales y en la reducción de la desigualdad, no pocas veces se olvida de que dicho reparto deriva fundamentalmente de la capacidad de una sociedad de generar actividad económica, y esta se crea en la medida en que las empresas son capaces de satisfacer una necesidad en clave de producto, servicio, solución y/o forma más barata o mejor que algo ya existente, lo cual no se fomenta demonizando al empresario y a la empresa como institución precisamente.
La constatación de que el liberalismo carece de alma es un hecho, pero también que en un sistema que no se base en el mercado, los incentivos personales se suelen divorciar de la productividad en la medida en que ni se retribuye a las personas por ser productivas, ni tampoco pasa nada si no pegan ni golpe, de ahí que a la hora de organizar una sociedad una economía de mercado sea una opción razonable e imperfecta entre muchas alternativas malas.
El mundo es demasiado complejo y los enfoques y políticas tienen demasiados matices y consecuencias contextuales imprevistas como para posicionarse taxativamente en una ideología determinada sobre otra. No es cuestión de no mojarse, sino de no hacer el ridículo con simplificaciones conceptuales que tratan de ver el mundo como blanco o negro.
En la cultura del twitter de los 140 caracteres los discursos y debates superficiales de postureo quedan estupendamente, pero si algo necesitamos es mayor profundidad en el debate y entender que toda política aplicada tiene derivadas no deseadas. Un poquito de por favor.