Innovación y gestión ¿moda o fundamento?
En el contexto de economía global en el que nos encontramos inmersos, uno de los principales retos de las organizaciones en el siglo XXI es adecuarse a los múltiples cambios que experimentan los mercados internacionales en los que se opera, o en un plano más ambicioso, establecer las dinámicas organizativas que permitan replantear su oferta de productos / servicios, es decir, innovar.
Si bien este planteamiento puede parecer razonable y forma parte de los discursos de todo representante empresarial e institucional que se precie, es conveniente hacer autocrítica de su nivel de aplicación real en las organizaciones empresariales.
Nadie duda de la necesidad de innovar, pero del dicho al hecho hay trecho, y la realidad es tozuda. Al menos hay tres pruebas para verificar la validez de un discurso, 1) que sus consecuencias sean las previstas, 2) que su eficacia persista y 3) que sea posible aplicarlos en la práctica cotidiana.
Teniendo esto en cuenta, al analizar el nivel de aplicación del concepto de la innovación y las implicaciones de su gestión en la práctica de las empresas los resultados no son demasiado halagüeños. Quizás el problema sea que hemos utilizado la innovación tantas veces como palabra comodín que ha terminado perdiendo el sentido.
Más allá de modas, una adecuada gestión de la innovación permite generar un flujo constante de opciones de desarrollo para las organizaciones. De esta última frase es la palabra “constante” a la que debemos de prestar mayor atención ya que según los expertos de cada 10 iniciativas innovadoras, todas llevadas a cabo con la idea de que triunfen, dos fallan desde el principio, seis sobreviven sin pena ni gloria y son dos de diez las que dan un vuelco a la cartera de productos/servicios existentes.
Dicho lo cual, y teniendo en cuenta la dificultad que supone lanzar nuevos productos, servicios, negocios o formas de hacer / procesos / organización, es fundamental que las estructuras y prácticas de gestión de las Pymes aseguren la generación de un flujo constante de posibilidades que redunde en el mercado.
El punto de partida es que la innovación, al igual que otras disciplinas de la gestión empresarial como la gestión de la calidad, la gestión económico- financiera, la gestión de marketing y la gestión de la tecnología, es una disciplina incipiente que es conveniente gestionar, dotándola de una serie de recursos y sistemática de trabajo específica.
Es bien sabido cual es el problema. El día a día ocupa el 100% de los recursos, pero es en esta pelea donde hay que encontrar el espacio y la forma de generar alternativas mientras se sirven los productos y servicios de hoy.
Si los métodos, procesos, procedimientos, sistemas de recompensa / incentivos (intrínsecos, extrínsecos y sociales), la estructura y/o tecnología, están orientados dicho coloquialmente “a lo que se ha venido haciendo”, es especialmente difícil pretender que las dinámicas de innovación calen en una organización. Habiendo constatado este hecho, se trata de encontrar la fórmula para superar el llamado dilema del innovador, (invertir para proteger nuestra posición en el mercado maduro, o entrar en otros mercados / nichos que aporten mejor margen), y tratar de encontrar un equilibrio adecuado a la cultura y posibilidades de cada empresa.
A menos que una empresa se tome el cambio y la búsqueda de alternativas como una necesidad de mantener la sostenibilidad de la actividad empresarial, no se tendrá la mentalidad necesaria para la innovación.
El desarrollo de organizaciones innovadoras no sólo implican cambios en los sistemas de gestión, sino la necesidad de un cambio cultural de carácter más amplio, diríamos que de paradigma para ser capaces de instaurar dinámicas / prácticas, en un entorno, la empresa, donde el día a día copa el 100% del tiempo de las personas.
Pensar que la innovación deriva de la idea feliz de alguien, y no de una disciplina de gestión sistemática y rigurosa, significa dar por hecho que el talento no requiere de entrenamiento. Allá cada uno/a con su responsabilidad.