Innovación de baja estopa.

Del análisis del funcionamiento de mercados y sectores se deduce que las empresas, a la hora de desarrollar propuestas innovadoras, rara vez obtienen éxitos duraderos aportando pequeñas mejoras comparando con las ofertas ya existentes. Los saltos cualitativos y ventajas diferenciales vienen cuando una nueva propuesta revierte la lógica de hacer negocio, planteando un cambio de largo alcance que descoloca la forma en la que hasta entonces se funcionaba.

La razón por la que es difícil despuntar con pequeñas innovaciones es que los actores fuertes no suelen tener grandes inconvenientes en alcanzarlas, habida cuenta de que sus recursos y saber hacer les permiten replicar fácilmente las nuevas alternativas. ¿Y qué nos ocurre en Euskadi? Pues que rara vez estamos dentro de esos “actores fuertes”. La cuestión es que el hecho de que nuestros desarrollos se circunscriban mayormente a mejoras incrementales no es fruto de la casualidad.

Dos de los aspectos a los que hay que atender a la hora de entender las razones por las que apenas desarrollamos innovaciones de alto impacto tienen que ver, en primer lugar, con los estilos de gestión y cultura existente en las organizaciones, y en segundo lugar, con la dinámica de los fondos privados o públicos destinados al fomento de la innovación.

En lo que corresponde a la gestión y la cultura en las empresas, gestionar el desarrollo implica ser capaz de servir con eficiencia los pedidos diarios mientras gestionamos el mayor número de experimentos de futuro posibles en paralelo. Por el contrario, el día a día habitualmente acapara la mayoría de los recursos disponibles, por no decir todos en muchos casos. A esto hay que añadir que las formas de organización habituales están lejos de orientarse al desarrollo y testeo sistemático de alternativas, y lo que es peor, cuando las hay se gestionan con los mismos modelos, prácticas, incentivos, sistemas de evaluación y recursos que las actividades del día a día. Como dice la expresión, de estos polvos estos lodos.

Una de las claves implícitas es que la cultura de nuestras organizaciones está lejos de asumir que la sostenibilidad de las mismas, y por ende su capacidad de crear riqueza y empleo, vendrá de la capacidad de adaptación y cambio periódico más que de hacer un poco mejor lo que siempre se ha hecho.

En cuanto a la inversión que se realiza en I+D+I, hemos desarrollado unas lógicas de funcionamiento así como prácticas lineales y excesivamente burocráticas en las que antes de invertir o pedir un duro (sea público o privado), exigimos sesudos planes y absurdas descripciones del camino exacto a recorrer y de los resultados que se obtendrán con carácter previo al desarrollo. Así no funciona la innovación, por lo menos no la de alto impacto.

Algunas investigaciones en estados unidos aportan evidencias de que los fondos a investigación que se dan a través de becas abiertas y presupuestos no cerrados en las empresas obtienen mejores resultados que aquellos en las que los desarrollos debían estar perfectamente descritos.

Es conveniente tener en cuenta que cuanto más rígidos sean los programas públicos y las exigencias dentro de las empresas a la hora de destinar recursos a la innovación, más incremental será el desarrollo obtenido.

Al final, es fundamental pedir dedicación, método, seriedad, rigor y responsabilidad en los procesos de desarrollo, ahora bien, que no nos extrañe si cada vez que se da dinero y exigimos definir de antemano los resultados previstos, lo que obtengamos se circunscriba a “un poquito mejor, y más barato”.

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