El impacto de la desigualdad.
Los datos atestiguan que vivimos en un mundo donde la desigualdad entre quienes poseen las grandes fortunas y el resto se está incrementando de forma progresiva, algo especialmente notorio en países tan relevantes como China, India o EEUU.
Si existe un país paradigmático en cuanto a la evolución en este ámbito, ese es Estados Unidos. Según datos del banco mundial, en los años 70 el 1% de la población era propietaria del 10% de los recursos del país. A día de hoy diferentes estudios atribuyen a ese mismo 1% hasta un 35%, y se estima que el 0,1 de la población tiene el 8% de los recursos.
Hay quienes dicen que estamos inmersos en la era de la plutocracia global, donde el poder de las corporaciones y élites económicas es la que domina las decisiones globales por encima de los gobiernos elegidos por la ciudadanía, y donde la concentración de actores en distintos mercados convertidos en cárteles, cuasi monopolios u oligopolios es la que verdaderamente influye en las decisiones. Sin ser amigo de conspiraciones globales, no reconocer este papel parece poco realista, y cada vez que uno tiene más experiencia en el ámbito empresarial y económico, se da cuenta de que “el dinero atrae el dinero”.
Volviendo a la desigualdad, ¿hasta qué punto la dinámica económica es responsable de su fomento? Un dato llamativo a tener en cuenta es que desde el año 1990, el incremento en la productividad se ha descolgado del incremento en los salarios y en el empleo, y esto sí que es socialmente preocupante. Porque ¿qué ocurre si aumentamos o reducimos la diferencia entre quienes más tienen y quienes menos tienen en una sociedad? Los científicos Richard Wilkinson y Kate Picket, en su fantástico libro “The Spirit Level” aportan numerosos datos al respecto.
Según Naciones Unidas, los países con menor desigualdad de ingresos entre la población son Japón, Finlandia, Noruega y Dinamarca (España está en décima posición). En estos países el 20% de los que más tiene es entre 3 y 4 veces más rico que el 20% de la población que menos ingresos percibe. En el otro extremo de mayor desigualdad están Singapur, USA, Portugal, Reino Unido y Australia, donde el 20% que más tiene es entre 6 y 8 veces más rico que el 20% que menos tiene.
El asunto es que no es solo una cuestión de ingresos, sino del impacto que la desigualdad tiene en diversos aspectos de la vida y la convivencia. Me resulta especialmente relevante un estudio de estos autores, donde establecieron el coeficiente de desigualdad en ingresos como variable independiente y la compararon con un conjunto de indicadores (variables dependientes) que muestran aspectos sociales en un país como calificaciones académicas de los niños, tasa de homicidios, mortalidad infantil, porcentaje de población presa, nivel de obesidad, enfermedades mentales, niveles de confianza / seguridad entre la población o embarazos adolescentes, etc.
¿Y cuáles fueron los resultados? Pues que existe una correlación significativa entre el nivel de desigualdad e índices preocupantes en el conjunto de problemas o indicadores sociales mencionados. Es cierto que en investigación, la correlación no implica causalidad, pero también es objetivamente razonable decir que los países con mayor desigualdad tienen problemas mucho mayores en el ámbito social.
Otra de las conclusiones de investigaciones al respecto es que el bienestar promedio de las sociedades no depende tanto del PIB o del crecimiento económico (en los países pobres y en desarrollo la cuestión es distinta), sino del nivel de desigualdad de la población, concluyendo que esta genera disfunciones sociales, afectando no solo a personas pobres o las de menores ingresos, también a las más pudientes.
Desgraciadamente, combatirla no tiene recetas generales. Suecia tiene enormes diferencias entre los ingresos de la población, pero las palía con una estructura de impuestos y gravámenes muy altas para la parte más pudiente. Sin embargo, en Japón es distinto. Las diferencias en ingresos entre los habitantes no son tan grandes y tiene menor carga impositiva y menores servicios públicos.
En el ámbito económico, trabajar para que las organizaciones sean más democráticas y promover la participación de las personas en la gestión y propiedad de las empresas parece un camino lógico que está resultando en el país Vasco. La capacitación y formación continuada de las personas, la lucha contra el fraude fiscal y los vacíos de impuestos incrementando la progresividad de los mismos son solo algunas pautas. Si reducir la desigualdad puede derivar en la reducción de una cantidad nada despreciable de problemas de nuestra sociedad, bien merece apostar para combatirla. Hay mucho en juego.