De la ventaja comparativa al coste de oportunidad
¿En qué ámbito es conveniente formarse / especializarse para alcanzar un adecuado nivel de empleabilidad y tener buenas condiciones de trabajo? ¿Qué criterios puede utilizar una empresa para decidir en qué productos / servicios o mercados hacerse fuerte y cuáles desechar? ¿Y a nivel de región o país? ¿Qué líneas deben impulsar el gobierno y las instituciones? ¿Por qué unas y no otras?
Las respuestas a esas preguntas nunca son fáciles. Sea en el ámbito personal, empresarial o de país, las decisiones sobre qué hacer y qué dejar de hacer siempre generan dudas. Sin embargo, en economía existen al menos dos términos que pueden ayudar a tener mejor criterio a la hora de tomar decisiones de este tipo: La ventaja comparativa y el costo de oportunidad.
El término de la ventaja comparativa se podría traducir a un consejo como el de “Si vas a optar por especializarte en algo, no hace falta que seas el/la mejor en ello, pero asegúrate de ser al menos comparativamente más competente que muchos/as otros/as”.
Según esta máxima, y asegurando en primer lugar que exista una demanda real, cada persona, empresa o país debe especializarse en aquello en lo que comparativamente sea más competente / eficiente que por lo menos gran parte del resto.
La ventaja comparativa es uno de los fundamentos que generan el comercio internacional y el intercambio de bienes y servicios. En un mercado global, resulta mucho más eficiente para un país especializarse en aquello en lo que sea más productivo y comercializarlo al resto de países.
El mismo concepto se aplica a ejemplos cotidianos. ¿Por qué muchos padres/madres se gastan una parte importante de sus ingresos en contratar a una persona para cuidar a sus hijos/as? ¿Es porque no quieran o no sean capaces de educarlos? ¿O porque necesitan esos ingresos extra y comparativamente sea la opción más eficiente?
Si aplicamos el concepto a los roles en las familias o puestos en empresas podemos extraer reflexiones curiosas. En lo que corresponde al primero, quizás, el rol de los hombres del pasado de “traer dinero a casa” no les correspondió porque fueran mejores que las mujeres para hacerlo. ¿No es más plausible que adoptaran ese rol porque tenerlos en casa fuera una opción aun peor? Quién sabe.
El segundo de los conceptos económicos es el de coste de oportunidad. En un mundo de recursos escasos y muchas alternativas disponibles, se suele definir como coste de oportunidad a aquello a lo que de facto renunciamos cuando tomamos la decisión de hacer algo.
Desde un punto de vista más técnico, el costo de oportunidad no son todas las alternativas disponibles por las que no podemos optar cuando elegimos hacer algo, sino el valor de la mejor de las alternativas que dejamos realizar.
Tanto la ventaja comparativa como el coste de oportunidad son dos conceptos sumamente importantes y valiosos, aunque dependen en gran medida de los principios, valores y objetivos que se busquen al aplicarlos. La brújula o las lentes de las que nos valemos para utilizarlos pueden ser el beneficio o rentabilidad, pero también la generación de empleo, satisfacer necesidades sociales o intentar que seamos más felices.
En suma, valorar la ventaja comparativa y sopesar los costos de oportunidad son dos conceptos que ayudan a amueblar la cabeza y tomar decisiones de forma más estructurada y con mejor criterio. Luego, los valores y las intenciones a la hora de aplicarlos ya son cosa de cada uno/a.