Una antología sobre la desigualdad.
En 2019 el economista francés Thomas Piketty publicó un extensísimo y espectacular análisis sobre la desigualdad en su libro “Capital e ideología en el siglo XXI”.
El trabajo, de más de mil doscientas páginas, se apoya fundamentalmente en dos fuentes históricas: Por una parte, en el análisis de datos que permiten medir la evolución de las desigualdades desde una perspectiva histórica. Por otra, en una radiografía sobre la evolución de las ideologías, conductas sociales y actitudes políticas en relación a la temática.
En cuanto a los datos y el análisis de la evolución de la desigualdad en el tiempo, destacaría dos cuestiones: Primera: Desde finales del siglo XIX y hasta mediados del XX las desigualdades a nivel mundial se redujeron reducirse de manera considerable y consistente. Como cuestiones que respaldan este fenómeno destacan el impacto positivo de las transformaciones legales, fiscales y sociales puestas en marcha durante el siglo XX. Entre ellas, un sistema de impuestos sobre la renta y las herencias, así como la fuerte progresividad fiscal que contribuyó de manera notable a reducir las diferencias entre personas durante el siglo XX.
Segunda, y verdaderamente preocupante: Desde la década de 1980-1990, un nutrido conjunto de datos e indicadores constatan que la desigualdad está volviendo a sufrir un incremento consistente. A modo de ejemplo, durante las últimas décadas la participación del 10% de la población más rica en la renta total de Europa, EEUU, Rusia y China ha crecido en prácticamente todos los países. En 1980 ese 10% de la población ostentaba alrededor del 25-35 por ciento de la renta total de esas regiones, mientras que en el 2018 ese porcentaje se sitúa en un 35-55 por ciento. Se constata, a su vez, que las desigualdades han aumentado en mayor medida en EEUU que en Europa, y con mayor fuerza en la india que en Europa.
En términos generales, los numerosos y exhaustivos datos que aporta el autor muestran otros dos titulares que sintetizo: 1. Que la gran olvidada del avance en el periodo 1980-2018 ha sido la clase media, 2. Que el crecimiento ha beneficiado sobre todo a los hogares de países pobres y emergentes, por una parte, y a los más ricos de los países más “avanzados” por otra.
La cuestión es que la desigualdad, al volverse notoria, se convierte en un indicador del mal funcionamiento de los sistemas en su conjunto, y en el caldo de cultivo perfecto que alimenta los conflictos sociales e identitarios. Según Piketty, las razones de la desigualdad a lo largo de la historia no sería ni económica ni tecnológica, sino ideológica y política. En éste sentido, realiza un repaso histórico argumentando en qué medida son los supuestos ideológicos y las políticas aparejadas a los mismos las que han justificado y estructurado las desigualdades sociales. Desde las sociedades trifuncionales y esclavistas antiguas, hasta las sociedades poscoloniales e hipercapitalistas mordernas.
En esta línea, el economista es especialmente crítico con la tesis meritocrática que apunta a que la desigualdad moderna es justa, y que no es más que la consecuencia de un proceso libremente elegido en el que todos/as tenemos las mismas posibilidades. Aunque en ciertas regiones y/o países este discurso tenga sentido y cierta consistencia, desde una perspectiva global está lejos de sostenerse. A este respecto, la realidad a la que se enfrentan las clases desfavorecidas en lo que concierne al acceso a la educación y la riqueza, entre otros factores, demuestran que sin mecanismos redistributivos, tanto la riqueza como la pobreza terminan siendo crónicas.
En este sentido, Piketty insiste en que todo régimen desigualitario reposa sobre una teoría o concepción sobre las fronteras, nacionalidades, la propiedad y los derechos sociales y políticos asociados, en la medida en que estas influyen de manera determinante en la estructura de las desigualdades sociales y su evolución. Dicho de otra forma, son los sistemas legales, fiscales, educativos y políticos que establecen las personas los que determinan las características del tipo de mercado económico, así como en el desarrollo de las personas desde múltiples ámbitos.
Desafortunadamente, en una sociedad populista como la actual donde prevalece lo simple, el “blanco o negro”, las puñeteras ideologías se confieren como lógicas maniqueas a las que hay que rendir pleitesía en su globalidad, en las que hay que comprar “el paquete completo” e identificarse con un grupo específico, cuando es perfectamente plausible estar de acuerdo en cuanto al régimen político y en desacuerdo con un régimen de propiedad concreto, o sobre determinados aspectos fiscales, educativos o normativos.
A esto hay que sumar la incapacidad de abordar a escala transnacional tanto la problemática de la progresividad fiscal como la noción de propiedad privada temporal, que es a donde nos conduciría un impuesto suficientemente progresivo sobre las grandes fortunas.
El autor aboga por la posibilidad de concebir un enfoque más igualitario de alcance universal, una nueva ideología de la igualdad, de la propiedad social, de la educación, del conocimiento y del reparto de poder que sea más optimista con la naturaleza humana. No suena nada mal ¿verdad? Sobre sus propuestas concretas, hablaremos la próxima semana.