El precio del rigor científico.
Hasta la fecha, el método científico es el camino más riguroso del que se han dotado las personas para acercarse a la realidad y el conocimiento de cualquier fenómeno. Desgraciadamente, vivimos inundados de noticias y mensajes en las que, sin ningún rubor, se extrapolan datos sin cotejar, se generalizan circunstancias observacionales para reivindicar una determinada idea o producto, se confunde correlación con causalidad, o se citan pruebas supuestamente extraídas de investigaciones que, al rascar un poco, no tienen el más mínimo rigor científico. Por no hablar de que muchos de “esos estudios” a los que constantemente se hace referencia sin citar las fuentes, no existen.
Si me apuran, diría que una formación científica mínima generalizada incrementaría la capacidad crítica de cualquier colectivo de forma exponencial. Hasta aquí, todo bien defendiendo la causa. Sin embargo, el mundillo de la calidad y el rigor científico también “tiene su aquel”, y lo cierto es que el funcionamiento de los artículos y las revistas científicas creo que en general es poco conocido fuera del mundo de la investigación.
En la práctica, la calidad de un estudio científico termina teniendo una correlación directa con la calidad de la revista en la que este estudio sea publicado. El “nivel” de las revistas se valora, a su vez, por su factor de impacto, que viene a mostrar la cantidad de veces que otros científicos citan estos artículos en sus estudios, aspecto esencial del avance del conocimiento científico. Por no extenderme en los detalles de porcentajes de citaciones entre unas y otras que determinan el nivel de cada una, decir que las revistas terminan clasificadas en cuartiles (Q1, Q2, Q3 y Q4). Alguien se preguntará porqué los de primer y segundo cuartil son de mayor calidad, pues básicamente por dos razones: En primer lugar, porque son las publicaciones que más solicitudes reciben por parte de los científicos para que publiquen sus estudios, lo cual hace que las cribas entre lo que se aprueba y lo que no sean más estrictas. En segundo lugar, porque la revisión y control de calidad de estos trabajos lo realizan profesionales referentes mundiales en su ramo / especialidad. Trabajo por el que, curiosamente, no se suele cobrar.
En función de esta lógica, la calidad de la progresión científica y el currículo en investigación viene determinada tanto por la cantidad como por el cuartil de las revistas en las que se publiquen sus estudios, o por ser revisor/a o editor/a de dichas revistas. Como cualquiera puede deducir, esta lógica viene de perlas a las grandes revistas y editoriales, teniendo en cuenta que tienen a científicos de nivel trabajando gratis para ellas.
Podría ser que estas revistas trabajaran en pos de una misión altruista de divulgación científica, pero va a ser que no. Cobran mejor que bien por acceder a sus artículos (unos 25€ de media por cada), derivando en que todo centro de investigación, tecnológico o universidad debe necesariamente gastar miles de euros por las suscripciones a esas revistas. Total, que cobran por contenidos que otros generan, evalúan y revisan. Aunque ojo, porque configuran un sistema que posibilita una labor de arbitraje / calidad de tal alcance que llega hasta el punto de que, si un estudio no se publica en esas revistas, la comunidad científica no lo valora. A eso hay que añadir que esas editoriales imponen a esos artículos derechos de copyright de hasta 70 años para que quien los quiera consultar, leer o utilizar para posteriores investigaciones, teniendo que pasar por caja religiosamente.
No es mal modelo de negocio para esas editoriales / revistas ¿verdad? No me gustaría ser ingenuo e insisto en que, a día de hoy, es el único sistema en funcionamiento que es capaz de discernir e identificar los estudios de mayor calidad. Labor, dicho sea de paso, que aporta un valor innegable a la comunidad científica.
A todo esto, el año 2011 Alexandra Elbakian, oriunda de Rusia y apodada como “La Robin Hood de la ciencia”, crea un buscador “pirata” llamado Sci-Hub en el que publica en abierto y de forma gratuita la inmensa mayoría de los artículos de esas publicaciones. El buscador llega al punto de registrar unas doscientas mil descargas diarias, mientras que la susodicha financia su actividad de las donaciones que realizan quienes utilizan su buscador. Como podéis imaginar, a las editoriales no les hizo ni puñetera gracia, y le empezaron a llover demandas. Y fallos en firme. Entre ellos, destaca una indemnización de 15 millones de dólares a abonar a la editorial Elsevier. Elbakian no se presentó al juicio, y además no parece muy plausible que sea extraditada del país del Zar Putin, por lo que ahí sigue.
Curiosamente, la revista Nature en 2016 la consideró como una de las personas más importantes de la ciencia aquel año, en la medida en que permite que personas con pocos medios puedan acceder a publicaciones de primer orden. En verdad, iniciativas como Sci Hub no emergerían sin la cara barrera de entrada que establecen las editoriales y revistas para acceder a los resultados de la producción científica, en muchos casos financiada con dinero público.
Siendo esto así, la necesidad de crear una iniciativa editorial que ofrezca un acceso abierto no es en ningún caso descabellada. A ver, es cierto que ya existen opciones denominadas “open access” en las que pueden publicar y acceder a dichas publicaciones sin peajes, pero están lejos de ser un sistema que haga competencia en cuanto a garantías de calidad y/o nivel editorial y que, a su vez, permita a sus autores un nivel equiparable en cuanto a promoción y reconocimiento. Indudablemente, un esfuerzo supranacional en esa línea tendría todo el sentido. Hace falta más y mejor difusión de la ciencia en la sociedad, que de populismo ya vamos sobrados.