¿El caballo de troya digital?
Es más que probable que la desgracia de la pandemia haya supuesto un avance significativo en la utilización y aprovechamiento de las soluciones digitales en lo que respecta a las formas de trabajo en general, y a la forma de enfocar la docencia y el aprendizaje en particular.
No se puede negar que las posibilidades de las crecientes soluciones que está generando el mundo digital pueden aportar elementos beneficiosos tanto para la conciliación y productividad en el trabajo, así como para experiencias formativas asíncronas y flexibles. Pero mucho ojo, porque salvo para cuestiones específicas, pienso que un entorno digital nunca podrá sustituir a elementos de interacción y relación esenciales que en muchos casos ya eran bastante pobres tanto en los entornos laborales como en los formativos.
Me parecen especialmente procedentes las palabras de filósofo Nuccio Ordine cuando nos alerta del riesgo que tienen las soluciones digitales de actuar como un pernicioso caballo de troya. Un caballo de troya que puede atacar directamente tanto a la privacidad y estado emocional de cada individuo, al modelo de aprendizaje, así como para la deshumanización de las relaciones entre las personas en los ámbitos laboral y social.
Me pregunto si en las últimas décadas no estamos sufriendo una progresiva pérdida de calidad de las relaciones interpersonales, y esto no está derivando en una proliferación de equipos de trabajo y comunidades sociales basadas en relaciones puramente transaccionales que tienen los cimientos de cartón piedra.
En cuanto a los entornos formativos y de aprendizaje, coincido con Enrique Dans cuando dice que “enseñar” online no es hacer lo mismo que se hacía en el aula pero delante de una pantalla. Bueno, tampoco está de más plantearnos hasta qué punto el rol convencional del profesional docente ha sido el de enseñar, pero esto es otro tema.
Como alumno, he tenido profesores/as que han influido en mi sustancialmente, que me hicieron cambiar la mirada, y ese es el anhelo que uno tiene en su parte docente. La posibilidad de poder aportar algo valioso (más allá de los contenidos técnicos) que pueda hacer crecer o mejores a las personas, y no centrarse en una dinámica mecanicista de aprender un oficio para que puedan ganar dinero. Pero para ello hay ciertos ritos y prácticas relacionales físicas que son fundamentales mantener y potenciar. Sin los rituales sociales fundamentales que regulan los encuentros entre las personas -los encuentros de verdad- no creo que pueda haber ni transmisión del saber, ni formación auténtica, ni un entorno de trabajo donde equipos cohesionados y complementarios se puedan desarrollar. Mirar a los ojos, percibir no sólo el habla, sino la emocionalidad y la corporalidad de las personas, reconocer los gestos de desaprobación o de complejidad en los rostros de las mismas, etc. No creo que ninguna plataforma digital pueda cambiar la mirada de un estudiante ni hacer que los equipos de trabajo despunten, porque veo francamente difícil que las relaciones de colaboración, la complicidad, y el aprendizaje real puedan estar soportadas por pantallas, clics, emoticonos o mensajes de cuarenta caracteres.
Ni los estudiantes son recipientes para ser llenados con conceptos y nociones, ni el entorno de trabajo debería de ser un contexto de relaciones impersonales en el que cada uno/a hace lo suyo y comienza a vivir cuando sale de él. Alguien dirá que soy un romántico… Y sin embargo me parece que si no somos conscientes de ello, ni los estudiantes tendrán un aprendizaje real ni los equipos de trabajo serán capaces de crear nada realmente diferencial. Al final somos seres humanos que necesitamos dialogar, interactuar y reconocernos estando juntos para aprender, para poder llegar más lejos de lo que podríamos llegar individualmente. Es por ello que hacen falta relaciones humanas reales. Si las videollamadas y las redes sociales se convierten en la única forma de mantener vivas nuestras relaciones, esos mismos instrumentos pueden conducir a un espejismo. Conversar en las redes no es lo mismo que cultivar afecto. El lazo físico es fundamental, y centrar estas relaciones en lo digital puede terminar empobreciéndonos creando una nueva forma de soledad. Hiperconectados, pero en soledad.
En el ámbito laboral, y bajo falsas excusas de profesionalidad o rectitud, en no pocos colectivos se termina despersonalizando los trabajos, escondiendo las emociones y los sentimientos de las personas, y generando un día a día definido por la escenificación, donde las relaciones de trabajo terminan en un falso postureo o en una diplomacia con conductas y relaciones aparentemente educadas, pero en realidad de cartón piedra. Los roles de responsabilidad, en vez de impulsar equipos y engrasar relaciones, están “a otra cosa”. ¿Diagnóstico? Desconfianza y ausencia del sentido del propósito.
La confianza es el fundamento de toda relación social que no está sustentada en la fuerza ni en la coacción. Es el engrase que hace que las piezas puedan interactuar entre sí. Cuando confiamos en alguien se parte de la premisa de que la otra persona sabrá identificar las inquietudes y las tomará en consideración en su comportamiento. Confiar significa apostar, y cuando se confía la necesidad de control desaparece. Por el contrario, la desconfianza genera mecanismos para incrementar la seguridad y reducir la vulnerabilidad en las personas, y el entorno digital, con su multitud de aplicaciones y soluciones, puede ser un medio perfecto para mantener y crear relaciones únicamente transaccionales. No es casual que sin confianza los sistemas sociales se desintegren, se colapsen, funcionen por inercia, o actúen como zombis. Al final, las soluciones digitales pueden ser un caballo de trolla que empeore algo en lo que tampoco andábamos sobrados. O no. Como ocurre con otras cuestiones, la tecnología puede curar o intoxicar, todo dependerá de la dosis que nos suministremos.