Condonamos la deuda, y listo.
Hace tiempo que los máximos que marcaba el pacto de estabilidad para una gestión económica adecuada -léase 60% de deuda pública y el 3% del déficit- han resultado en una quimera, o en el indicador de la deficiente gestión económica de algunos países. España no fue capaz de cumplirlo ni en épocas de bonanza, constatando que ya gastaba más de lo que ingresaba en los mejores momentos. Y ahora, con la que está cayendo, qué decir. En estos momentos la deuda pública Española supone alrededor del 114% del PIB y se estima que este año ronde el 120%, mientras que el déficit se sitúa en torno al 9,5%.
¿Por qué no condonar la deuda y empezar de cero? Hay veces que la consideración más sencilla puede resultar la más lógica y efectiva. En otros casos, y cada vez más en este mundo donde el populismo y la demagogia corren más que el rigor, el dato y las fuentes fidedignas, las explicaciones simplistas son las que más daño hacen. Desafortunadamente es lo simple lo que convence fácil, confunde a la población y enmascara la complejidad de las situaciones. Volviendo a la deuda, ahí van dos reflexiones contrapuestas al respecto: La primera, condonar o considerarla como “un mero apunte contable” en el balance del banco central europeo podría poner en riesgo al conjunto del sistema financiero, y por tanto a la viabilidad futura de los países.
La segunda, que en un contexto como el actual de “mal de muchos”, tampoco está nada claro que endeudarse hasta las trancas y tener un descuadre monumental entre ingresos y gastos tengan las implicaciones tan negativas que normalmente deberían. Veamos:
En cuanto a el primero de los asuntos, cuando el BCE compra deuda de cualquier país (cuenta con alrededor del 20% de la deuda actual de España), lo hace a costa de la solvencia crediticia y los ahorros del resto de países de la eurozona. Pensar que el hecho de que BCE elimine esa deuda de su balance no tendría implicaciones resultaría negar la mayor. Por una parte, supondría no solo reconocer la insolvencia futura como prestatario del país que pidió el dinero, sino convertir al BCE en un prestamista cuyos activos están compuestos de deuda tóxica de países insolventes, lo cual podría imposibilitar seguir comprando dichos bonos en el futuro. Por otra, sería un mensaje claro a inversores externos de que un país al que se le condona la deuda, y que no para de aumentar déficit y niveles de endeudamiento, está lejos de ser alguien fiable al que prestar dinero.
Total, es como aquel “amigo” al que las primeras veces se le presta dinero, pero como lo gasta sin control y sigue pidiendo, termina con que al final no le presta ni su tía. Como contrapunto, es cierto que la deuda actual de un país como Japón está en torno al 257% de su PIB, pero al banco central de Japón no se le ocurre eliminar esos activos de su balance. Pero ojo, como ejemplo también decir que Japón el pasado año destinó el 23% del presupuesto del país para pagar lo que va debiendo. Casi nada.
La cuestión es que una cosa es reestructurar una deuda, otra es saldar una deuda a cambio de nada. Una quita de la deuda es una evidencia de insolvencia, y sin planes claros que enseñan una viabilidad a medio plazo, el asunto puede no tener mucho recorrido. Y no hay que olvidar que esto es una carrera de fondo. A ello hay que añadir que, sin el compromiso de los países de devolver la deuda al BCE, el riesgo que correría el euro como moneda y las instituciones europeas no habría que tomárselo a broma.
Mi segunda reflexión es contrapuesta a la primera, y orientada a que en un contexto como el actual, no está nada claro que pasarse las variables de déficit y deuda pública por el arco del triunfo tengan las implicaciones que normalmente tendrían. Todo parece indicar que la deuda seguirá creciendo en términos generales. Y la clave es que no es una cuestión de un único país, sino que son el conjunto de países desarrollados los que están inmersos en una dinámica caracterizada por un crecimiento lento, baja inflación y alto endeudamiento. Me remito a la explicación remitida por The Economist Intelligent Unit detallada por Sebastian Puig cuando afirma que: “Esto significa que, en cuanto a la gestión de la deuda soberana, las economías avanzadas podrían darse cuenta de que no necesitan hacer absolutamente nada. Con el tiempo, si el crecimiento nominal sigue siendo superior a los tipos de interés, las acumulaciones de deuda simplemente desaparecerán; con tasas de interés en cero, y suponiendo que los estímulos logren impulsar el crecimiento, esto no parece una suposición descabellada. Los gobiernos de los países desarrollados esperarán a que los inversores sigan dispuestos a invertir en sus bonos; con la relación deuda / PIB disparándose en todas las economías avanzadas, el límite en el que dichos inversores consideran que la deuda soberana tiene demasiado riesgo podría pasar del 100% del PIB a, digamos, el 200% del PIB.”
A partir de ahí, no es probable que una vez pasada la pandemia los países emprendan políticas de austeridad (por el costo político y social que estas suponen). Implantarán subidas de impuestos, aunque resultarán insuficientes para cubrir las necesidades de unos gastos que no se prevé que se reduzcan. Al final, mientras los bancos centrales apoyen el festival de compra de deuda la música seguirá sonando, pero… veremos cómo se desarrollan los acontecimientos. Sin duda el panorama es incierto, complicado y complejo.