China y la nueva ruta de la seda.
Se denominaba ruta de la seda a una extensa red de caminos y vías comerciales terrestres y marítimas que existieron desde el primer siglo antes de cristo hasta el 1500 de nuestra era. Comenzando en China, conectaban ciudades de Asia y medio oriente tomando el nombre de uno de los materiales más valiosos que circulaba por esos tránsitos. Sin embargo, la historia y la literatura nos muestran que, más allá de canales de flujo mercancías, resultaron en autopistas que posibilitaron el intercambio de ideas, culturas, tecnología, religiones, etc.
Era el año 2013 cuando el presidente chino Xi Jinping presentó la iniciativa de acción exterior más ambiciosa de su gobierno. Un proyecto de expansión internacional que incorporaba un plan para fomentar la apertura comercial a nivel mundial con el despliegue de seis rutas por tierra y mar, así como la creación de infraestructuras a lo largo y ancho del planeta para fomentar el comercio y posicionar a un país que, sin duda alguna, ya se ha convertido en la potencia hegemónica de nuestro tiempo.
Soportado por dos instrumentos financieros como son el Fondo de la ruta de la seda compuesto por el Banco de desarrollo de China, Eximbank y el fondo soberano CIC con 36.800 millones de euros y el Banco Asiático de Inversiones e Infraestructuras con aprox. 92.000 millones en un inicio, las cifras se están ampliando a toda velocidad. El plan llevaba aparejado un conjunto de tratados con múltiples países que China está desarrollando con paso firme. En concreto, un conjunto de unas 2600 obras de infraestructura en más de 100 países entre proyectos de energía y transporte con corredores terrestres, marítimos, tecnológicos y otras infraestructuras variopintas. ¿Unos números quizás excesivos? Veamos algunos datos: China es el primer importador de petróleo, alimento y minerales, así como el primer exportador mundial. Un país con un crecimiento anual sostenido superior al 9% en los últimos 30 años, lo que supone el mayor crecimiento de una economía del que se tiene constancia. Se estima que, en ese periodo, alrededor de 400 millones de personas han salido de la pobreza, y que el ingreso medio de una persona en aquel país se ha incrementado por 20. A modo de comparación, se podría decir que los 200 años de desarrollo de industrialización de occidente, China los ha experimentado en 30. Su capacidad financiera es abrumadora, con reservas de divisas que ascienden aproximadamente a 2,5 trillones de dólares, más del doble del país que le sigue (Japón), y tres veces los holdings de toda la Unión Europea. Es el mayor país en habitantes del planeta, el que más crece, el mayor en cuanto a capacidad de manufactura, el segundo mayor consumidor, y el de mayor capacidad de ahorro.
Un viejo dicho en geopolítica afirma que “quien controla los mares controla el comercio”, y tiene todo el sentido cuando los datos muestran que el 80% del volumen del comercio mundial se mueve por mar. Dicho sea de paso, no parece que ello vaya a cambiar en los próximos tiempos (los costes mandan).
A este respecto, el control y red de puertos que China ha ido tejiendo en las últimas décadas no tiene precedentes. Según un estudio de la Lau China Institute, el gigante Asiático ha invertido aproximadamente 45.000 millones de dólares en la adquisición completa o parcial de 40 puertos y/o de empresas operadoras de terminales portuarios. Resultado, 7 de los 10 puertos más importantes y dos tercios de los 50 principales están bajo el control de China. Comenzando por los puertos Chinos de Shanghái, Shenzhen, Ningbo-Zhoushan, Busan y Hong Kong, China ha ido creando una estructura geopolítica marítima que se conoce como el collar de perlas, que consiste en una cadena de bases y puertos para asegurar suministros y crecer en influencia en el océano índico desde Tailandia, Myanmar, a los puertos estratégicos de Gwadar en Pakistán, el de Yibuti en el Cuerno de África y Sudan, para terminar en el del Pireo de Atenas (considerado como la principal puerta de entrada de los productos asiáticos a Europa).
A ellos que hay que sumar la propiedad / control de las infraestructuras portuarias Italianas de Génova y Trieste, o la estratégica terminal de Contenedores de Panamá en el continente americano. Cuenta con la propiedad del 35% de la terminal de contenedores de Hamburgo (el mayor de Alemania), así como el de los puertos españoles de Valencia, Algeciras, Barcelona y Cartagena, entre otros. Toda esta red asegura al gigante asiático un control total de las rutas marítimas para trasladar mercancías o importar materias primas. A ello hay que sumar sus planes para avanzar en la utilización del canal de Suez, que acorta el transporte entre China y Europa en cuatro días en comparación con la ruta de África, hecho que supondría un diferencial en términos de tiempo y dinero muy relevante.
Por destacar otros datos de inversiones quizás no tan conocidos, entre los años 2000 y 2019 el gobierno Chino prestó aproximadamente 153.000 millones de dólares a empresas Africanas para construir infraestructuras en 1100 proyectos. Es el mayor prestamista de áfrica y el segundo inversor detrás de Europa. Según datos de la iniciativa John Hopkins SAIS, la inversión China en África es muy significativa en ámbitos diversos. En el ámbito energético en países como Marruecos, Mali, Sierra Leona, Gana, Sudan, Gabón, Tanzania Botsuana o Zimbaue. Presta, invierte y ejecuta infraestructuras de transporte en Mauritania, Kenia, Sudáfrica, Mozambique, Zambia, Namibia, Kenia, Etiopia. Su impacto en la Industria de Niger y Chad es de destacar, por no hablar de sus inversiones en yacimientos como Sudán y Angola (suponen unas de las principales fuentes de abastecimiento de Petróleo). En cuanto a minería en Níger o Namibia (Uranio) o el control de las principales minas de cobalto de El Congo (principal proveedor de este elemento del planeta), por poner algunos ejemplos.
En la otra parte del planeta, Según “The Atlantic” China ha concedido créditos por valor de 150.000 millones de dólares en América Latina. Según datos del CSIC, la mitad de esta cantidad fue a para a Venezuela, y ya es el socio comercial más importante de países como Brasil, Argentina o Perú. Propietaria, entre otras, de la principal empresa de distribución de energía eléctrica Chilena CGE. En verdad, relatar las apuestas del gigante Asiático a nivel mundial daría para un informe extenso. Pero más allá de ello, destacaría la forma en la que el país se ha convertido hegemónico, y consiste en ejercer lo que se denomina como poder blando. No trata de competir militarmente, sino que ofrece intercambios y pactos específicos a cada uno de los países y, visto lo visto, todo parece indicar que irá in crescendo. China aporta herramientas de financiación, líneas de crédito a largo plazo /de 20 a 30 años con tasas muy bajas orientadas a proyectos de inversión. Pero son listos, muy listos. Ocurre que en los casos en los que países se encuentran con la imposibilidad de poder pagar la deuda, China introduce su particular estrategia de “realpolitik” perdonándoles la deuda a cambio de favores diplomáticos, derechos de explotación de las infraestructuras por plazos de 30 o 50 años (ejemplo el puerto de Hambanota en Sri Lanka), concesión de licitaciones, acuerdos de suministro de materias primas por debajo de coste de mercado, etc. Se estima que países la mencionada Sri Lanka, Mongolia, Montenegro, Pakistan, Maldivas o Laos deben gran parte de su PIB a China. Al contrario que otros países, China es indiferente a las condiciones de los gobiernos con los que negocia, y no condiciona sus transacciones a reformas económicas, políticas o de derechos humanos a los gobiernos con los que hace tratos.
Por lo menos, se abstienen de ejercer la hipocresía demostrada por otras potencias de aparente moral salvadora. ¿Eso significa que sea bueno? ¿Mejor? Como decía Antonio Escohotado, los adjetivos y adverbios polarizan. Mejor optemos por el peso equilibrado de los verbos y sustantivos.